martes, 17 de noviembre de 2009

LA SOCIEDAD ESPAÑOLA EN EL ANTIGUO RÉGIMEN (Demografía)

La España de los siglos XVII y XVIII se caracterizaba por una economía predominantemente rural y señorial, una sociedad estamental y una política dominada por la monarquía absoluta.

Este sistema o conjunto de rasgos políticos, sociales y económicos que caracterizaron a Europa y sus colonias durante los siglos XVII y XVIII fue denominado Antiguo Régimen por los revolucionarios franceses en 1789. Durante el siglo XIX irán siendo sustituidos por otros propios de la sociedad capitalista.
El término fue acuñado y empleado por primera vez por los revolucionarios franceses durante la Asamblea Constituyente, en 1790, para designar las estructuras política, social y administrativa del país en que vivían, que consideraban decadentes e injustas.

(Esquema general del Antiguo Régimen: http://www.claseshistoria.com/c-maps/mapa-antiguoregimen.html)

La sociedad española del Antiguo Régimen estaba dividida en tres órdenes o estamentos caracterizados por la desigualdad jurídica y la escasa movilidad social.

La nobleza y el clero constituían los dos estamentos legalmente privilegiados que poseían la tierra, fuente de la riqueza y el poder, no pagaban impuestos y ocupaban los cargos y dignidades públicas. A la nobleza se accedía por nacimiento o nombramiento real, y a pesar de su escasa importancia numérica, en torno al 5%, poseía gran parte de la propiedad de la tierra.
El clero, otra minoría en torno al 2% que agrupaba a los eclesiásticos de cualquier categoría, atesoraba cuantiosos bienes y casi la mitad de la propiedad territorial. Asimismo, la nobleza y la Iglesia eran titulares de un gran número de señoríos jurisdiccionales que les daban derechos sobre los campesinos en extensos dominios para ejercer justicia, cobrar impuestos y exigir trabajos.
El tercer estamento, no privilegiado por la ley, estaba formado por un conglomerado de grupos sociales, con actividades y situaciones económicas muy diversas, que no gozaba de derechos ni privilegios, y sobre el que recaía el peso de los impuestos y, por tanto, del mantenimiento de los privilegiados y las cargas del Estado.
El campesinado, la inmensa mayoría de la población, se encontraba aún sometido al régimen señorial que le despojaba de la mayor parte de sus rentas y le mantenía en los límites de la supervivencia.
La escasa y débil burguesía industrial y mercantil carecía de empuje para impulsar cambios en la estructura social.

Algunas de las características más notables de esta sociedad son las siguientes:
- Un régimen demográfico de “tipo antiguo”
- Un régimen económico predominantemente agrícola.
- Una sociedad estamental.
- Un gobierno absolutista.


DEMOGRAFÍA DE TIPO ANTIGUO

La sociedad del Antiguo Régimen se caracterizaba por el inestable equilibrio existente entre la población y los recursos. El elemento regulador de la demografía era la mortalidad, estrechamente relacionada con la dependencia de una economía de carácter agrícola. Periódicamente se producían crisis de subsistencias desatadas por el encadenamiento de malas cosechas. La escasez de alimentos originaba hambrunas que a su vez producían enfermedades de carácter epidémico difundidas con gran rapidez entre una población depauperada. La secuela era una mortalidad catastrófica.

Siglo XVII

- Alta tasa de natalidad.
- Matrimonios tardíos.
- Elevada mortalidad.
- Importancia de la emigración.

El siglo XVII supone el final de la etapa de crecimiento que se vivió a lo largo del siglo anterior.
Las altas tasas de natalidad (debidas al no control efectivo de nacimientos) se vieron contrarrestadas por otras igualmente altas de mortalidad, sobre todo infantil. Así pues, el crecimiento vegetativo era muy bajo, situándose entre el 0,5% y el 1%. Asimismo, el modelo de matrimonio tardío (característica común en la Europa occidental: famoso modelo europeo), con una media de 25 años o superior, funcionó como freno preventivo al crecimiento de la población.
El elevado número de defunciones de la época hace que hablemos de tasas de mortalidad catastrófica, es decir, aquella en que el número de muertes excede lo normal.

En el contexto del Antiguo Régimen la mortalidad catastrófica fue consecuencia de las hambrunas, provocadas por las malas cosechas, la escasez de alimentos (y de la variedad de los mismos) y el aumento del precio del cereal, acompañadas de fuertes epidemias, provocadas por enfermedades de carácter infeccioso y fácil difusión (tifus y peste). Una vez se desataba una epidemia, ésta remitía únicamente de forma espontánea, sin el concurso de una medicina escasamente desarrollada y carente de suficientes recursos científicos para atajar el mal. Así pues, los remedios de la época eran poco o nada eficaces, recurriéndose en muchos casos a los cordones sanitarios o a los remedios mágicos.

Cuatro grandes epidemias de peste se contabilizan en el siglo XVII: la primera (1596-1602) penetró por el Cantábrico y se extendió hasta el sur de la Península, afectando con poca intensidad al litoral levantino. La peste milanesa (1629-1630) afectó sobre todo a Cataluña y Aragón. La de 1647-1654 fue tal vez la más intensa. Iniciada en Valencia (que perdió un 20% de su población) se extendió al norte por Cataluña y Aragón, y hacia el sur por Murcia y Andalucía (Sevilla perdió en un año la mitad de su población), con un balance de alrededor de 400 000 muertos. La última epidemia, centrada en las mismas zonas que la anterior, fue menos violenta pero de mayor duración (1676-1685).

A veces, los brotes epidémicos alcanzaban singular virulencia y extensión, dando lugar a pandemias que trascendían las fronteras de regiones y estados, originando un brusco y generalizado descenso demográfico.
Es clásico el ejemplo de la peste negra, desencadenada en 1348 en la Europa medieval y que alcanzó gran repercusión por su virulencia, duración y extensión.


(Se recomienda leer el siguiente documento de interés, La villa de Cabra en el antiguo régimen: la peste de 1648 a 1651. en: http://e-spacio.uned.es/fez/view.php?pid=bibliuned:ETFSerie4-E4B0523E-FF78-783B-2DF6-1C4FD792E4DE


Aunque sin la importancia de la peste, la expulsión de los moriscos fue el segundo componente de la crisis demográfica. Su expulsión pudo suponer una pérdida total de aproximadamente el 4% de la población española. Las consecuencias demográficas más negativas de esta expulsión se hicieron sentir en el reino de Valencia, y en Aragón.

En abril de 1609 se decretó la expulsión para los moriscos del reino de Valencia, el núcleo más importante y poderoso; en diciembre, para los de Castilla, y en abril del año siguiente, a los de Aragón. La expulsión de los moriscos representó para el reino de Valencia la pérdida de casi una tercera parte de su población, y más de 270000 personas salieron de la Península en un año camino, principalmente, del norte de África.
Las consecuencias de la expulsión fueron demográficas y económicas y particularmente graves para las tierras valencianas, aunque también existían otras zonas de la Península donde los moriscos eran la mano de obra básica de las actividades agrícolas. No podemos olvidar que se expulsaba a familias que llevaban siglos viviendo en la Península, la tierra que durante generaciones había sido su hogar.


Económicamente los más perjudicados fueron los nobles valencianos, que se quedaron sin vasallos para cultivar sus tierras. Para compensar esta merma de recursos, la monarquía permitió a los señores valencianos apropiarse de los bienes que dejaron los moriscos y les dio libertad para instalar colonos cristianos en las tierras vacantes y para imponerles un régimen señorial especialmente duro para la época.

De menor importancia demográfica fueron los efectos del estado de guerra casi permanente en que vivió la monarquía durante largos períodos, no sólo por los muertos directos sino por las consecuencias: presión fiscal, miseria, saqueos, levas forzosas... Aunque con intensidad variable la emigración a las Indias también tuvo trascendencia demográfica, algo menos de 100 000 individuos en todo el siglo.

La demografía del setecientos también acusó una nueva distribución de la población. Se produjeron migraciones de tipo estacional (por motivos de trabajo ligados a la agricultura, a la artesanía y profesionales (artistas, técnicos y científicos especializados)), y migraciones de carácter estructural, desplazamiento de la población de las zonas montañosas hacia la ribera mediterránea, y del campo a la ciudad.

Una de las primeras manifestaciones de la crisis fue la despoblación de numerosas ciudades castellanas. El efecto de esta despoblación fue la pérdida de peso económico y social de la antaño densa red urbana mesetaria (Burgos, Valladolid, Toledo, Medina del Campo). También en las zonas rurales de produjo la despoblación, aunque afectó sobre todo a los lugares y villas más pequeños.
La desaparición de pequeñas poblaciones no estuvo provocada únicamente por el aumento de la mortalidad, sino que respondió a un proceso de concentración de la población campesina en pueblos más grandes. Los campesinos, castigados por la presión fiscal, la señorial y la real, por las usurpaciones de los señores de las tierras comunales y baldíos, abandonaron los pequeños núcleos rurales.


Siglo XVIII

A lo largo del siglo se inició un período de crecimiento demográfico, moderado pero constante, bien conocido gracias a los inventarios o censos de población que recogen un aumento de 7 a 10,5 millones, mucho mayor en las regiones periféricas como Cataluña, Valencia, o Cantabria, más dinámicas, que en las zonas más estancadas del interior.

El crecimiento sostenido se explica porque, a pesar de las elevadas tasas de natalidad (del 42%), y mortalidad (38%), retrocedió la mortalidad catastrófica, debido al fin de la peste y las grandes epidemias, y a las mejoras en la producción de alimentos. Menos segura es la incidencia que pudieron tener las políticas de incentivo a la natalidad llevadas a cabo por los Borbones.


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